El gringo me llamó a los días para avisarme que el viejo iba a salir. Era un miércoles a la noche. En realidad me avisó a la tarde porque ya para esa hora intuía algo a raíz de ciertos movimientos sospechosos en su casa: exceso de colonia importada, varias duchas al día, alegría desmedida y otros síntomas, así que de inmediato pusimos la rueda a girar.
El encargado de la movilidad fue el Raulo, que nos pasó a buscar a todos casa por casa en el senda negro del padre. El negro nos pareció prudente para la cuestión del camuflaje pero el quilombo infernal que hacían esas bujías ancestrales y los bulones falseados nos transformaban a cada cuadra en el centro del mundo. El auto se bamboleaba de una forma rara, quizás producto de la distribución de los asientos, pero concretamente el movimiento nos llevaba de adelante para atrás y de izquierda a derecha como sacudidos adentro de un batido de crema.
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